miércoles, 10 de diciembre de 2008

Miedo (VI)

De repente, Giancarlo sacó de su sayo bordado con retales de oro una especie de frasco angular y diminuto. Con un cuidado impropio de alguien de su edad, y una rojez inusitada que vino a decorar su anterior rostro palidecido, Gigi depositó aquel recipiente sobre la alacena de la sacristía de San Antonio. ¿Qué demonios era aquello?, barruntó el toscano.
Fijando la vista en el receptáculo. Antonioni pudo percibir una inscripción realizada sobre el vidrio en forma de imperceptible bajo relieve. Antonioni fijó la vista en ella. Sus incipientes problemas de visión dificultaron la lectura que fue pausada y renqueante. Finalmente, logró sonsacar el mensaje de la misma:

“e de tal miedo e de otro semejante fablan las leyes de nuestro libro cuando dizen que pleito o postura que home face por miedo non debe valer”

Antonioni, pese a sus vastos conocimientos, se sintió como pájaro en nido ajeno. La erudición era su fuerte, y sin embargo, fue aquel niño de quince años recién cumplidos quien le sacó del desconcierto que aquellas palabras habían generado en su mente.
-¿Interesante, verdad? Presumió Giancarlo.
-Ciertamente, disimuló Antonioni.
-El origen de las Partidas siempre llamó la atención a mi padre, suspiró el mozalbete. Lástima que sus indagaciones quedaran en saco roto tras el desastre de sus negocios...
-¿Las partidas? -inquirió el cura negro-.
-Sí, padre. Las Siete Partidas de Alfonso X de Castilla.
Fue entonces, cuando los mecanismos neuronales del padre Antonioni, segundos atrás bloqueados, comenzaron a trabajar de nuevo. Ciertamente, el conocimiento sobre aquel texto le transportaba a sus años de seminario, a las tediosas lecciones sobre legislación y derecho. A las horas perdidas imaginando un futuro incierto. A las dudas propias del teólogo primerizo.
Las Partidas no eran sino el cuerpo legislativo más importante de la Edad Media castellana. Un cuerpo doctrinal y jurídico completo que pretendía unificar las leyes en todo el reino.
A poco más aspiraba el conocimiento de aquel bonachón jesuita. Conocía casi todos los textos teológicos publicados en Europa. Incluso, en secreto, había indagado en el conocimiento de herejías varias, y algunas, como el arrianismo, habían logrado despertar sus dudas... Sin embargo, en cuanto a leyes, el padre Antonioni no era sino un indocto sorprendido e inservible. Gigi, inconscientemente, procedería a subsanar sus vacíos mentales.
-Verá -prosiguió Giancarlo- mi padre me contó una vez que las Siete Partidas de Alfonso X escondían un mensaje oculto entre sus páginas. Más que un mensaje doctrinal, las Partidas pretendían transmitir un mensaje filosófico y moral plagado de secretos ocultos por descifrar.
Antonioni quedó francamente sorprendido por aquellas palabras. ¿Qué escondía aquel texto? ¿Principios morales? ¿En el siglo XII? Eran tantas las dudas que a penas pudo encauzarlas en su desquiciado intelecto. Gigi prosiguió entonces con su exposición…

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