lunes, 24 de marzo de 2008

Testamento vital


En estos días inciertos, en los que la Oposición a docente parece centrar mis días, a uno le vienen a la mente situaciones inciertas, contextos perecederos que cumplen la función de levantarle a uno el ánimo cuando más lo necesita. Hay una canción de Ismael Serrano que curiosamente se titula igual que el nuevo post con que pretendo inaugurar la temporada de primavera (sí, la de invierno ha sido más bien corta). Testamento vital es un tema que resume a la perfección lo que muchos como él y como yo sentimos a propósito de aquellos que buscan, desean y sólo la Ley les impide acceder a una muerte digna.
Me despedirás y arderé en una estrella”. Tan simple como eso. Miren yo no soy teólogo y lejos de pretender ser pedante ante un tema tan manido como el que proceso en estas líneas, no expondré mis teorías acerca de la brevedad de los días. Sin embargo, existen momentos puntuales en la vida en que conviene reflexionar sobre el día en que el coyote llame a nuestra puerta y nos diga: “acompáñame, amigo”. El cine, por ejemplo, se ha encargado en los últimos años de hacer valer su potencial para lanzar mensajes al aire a propósito de la necesidad de que hombres y mujeres puedan morir dignamente si es ese su deseo y si, sobre todo, el dolor físico y mental es tan insoportable como incurable. Películas como la imposible pero inapelable “Mar adentro” o la obra maestra de Clint Eastwood “Millon dólar baby” lograron poner de manifiesto la necesidad de erradicar clichés que impidan cuanto menos debatir sobre una cuestión tan, digamos, peliaguda. Sin embargo, es la realidad la que mejor nos suele aleccionar.
El caso de Chantal Sébire es el último ejemplo y el que, a nivel personal, más me ha impactado (a buen seguro porque me coge en edad más adulta que el de Ramón Sanpedro). Chantal, aquejada de un tumor facial incurable y terriblemente doloroso (una enfermedad de esas conocidas como “raras” ya que, al parecer, sólo la padecen unas doscientas personas en el planeta), había apelado a la humanidad de los jueces galos para que acabasen con su vida o, mejor dicho, permitiesen a los médicos practicar uno de esos llamados “suicidios asistidos”. La corte francesa, sin embargo, rechazó la demanda aunque, eso sí, recordó a Chantal que siempre podía exponerse a uno de esos “comas inducidos” que tantas conciencias parecen limpiar. La respuesta de Chantal la hemos conocido días después cuando, a juicio de la autopsia, su repentina muerte no vino provocada por el dolor, el tremendo y acuciante dolor provocado por su prolongada enfermedad. Sí, señoras y señores, Chantal al igual que Sanpedro, decidieron por si mismos, ante situaciones que a buen seguro no deseaban, pero que estaban ahí. La hipótesis de una muerte asistida para Chantal es evidentemente cierta pero, ¿a caso importa?... ¿A quién debe importarle?, ¿A la justicia?, ¿A la moral?...”mi no entender” como diría mi gran amiga la "ignorancia".
En fin Chantal, donde quiera que estés, gracias por convertirte en lo que hoy eres, un nuevo ejemplo de valentía que se impone inapelable ante el devenir de los tiempos.
Y, como dice Ismael “toca celebrar, la hazaña de estar vivos”, cada día, cada hora, cada minuto, ahora.