martes, 22 de febrero de 2011

María de Zayas

Derruir una convención literaria no debía ser tarea fácil en un siglo como el XVIII. Al fin y al cabo el devenir de las mismas venía marcado por el contexto social del momento, un contexto que los literatos imbuían dentro de sus obras a través de la utilización de múltiples consabidos.
María de Zayas trató de romper con este equilibrio literario rehuyendo sistemáticamente de los convencionalismos de la época y rechazando lo que a todas luces era una evidencia: el predominio social del hombre sobre la mujer; una preeminencia que la novela breve amorosa (género que cobró especial relevancia en España entre 1620 y 1640 y -cuyo origen- se remonta incluso al periodo griego clásico) se encargó de hacer pública, eso sí, en forma de sátira y en el que de Zayas alcanzó cotas de celebridad poco reconocida.
Era un tipo de literatura que, pese a lo que se pueda pensar, mostraba ciertas tendencias y aspiraciones de la época; aspiraciones con las que nuestra protagonista, no parecía estar muy de acuerdo.
Llevar a cabo un estudio biográfico de la madrileña no debería ser arduo a juzgar por lo poco que de ella conocemos.
Nació en Madrid y, probablemente, desarrolló su actividad vital en la primera mitad del siglo XVII.
Comulgo con Alicia Yllera cuando afirma que el resto de informaciones barajadas acerca de su biografía se basan en conjeturas. Poco más podemos decir sin entrar en meras suposiciones. Es por ello por lo que vamos a obviar mucho de lo que de ella se ha escrito para centrarnos en aspectos puramente literarios.
Fue en Zaragoza y Barcelona donde María de Zayas publicó “Novelas ejemplares y amorosas” (1637) y “Desengaños amorosos” (1647), las dos partes en que dividió los veinte relatos que a la postre compondrían una de las obras cumbres de la novela breve amorosa del XVII español.
Pese a constituir hipotéticas partes de un mismo fondo, los Desengaños siguen una línea mucho más pesimista que su predecesora. Se han barajado varias opciones a la hora de explicar esto. Por lo que a nosotros respecta, nos inclinamos a afirmar que fue un probable revés amoroso, previo a la redacción de la obra, lo que acabó por traicionar a la autora y, por ende, a su pluma.
En los Desengaños, el final feliz que supondría el matrimonio entre los protagonistas, algo común en este tipo de novelas, se convierte en una utopía ya desde las primeras líneas. Sin embargo, para la madrileña, éste “no es trágico fin, sino el más feliz que se pudo dar, pues codiciosa y desecha de muchos, no se sujeto a ninguno”. Hay ciertos paralelismos entre María de Zayas y su alter ego en los Desengaños. Es por ello por lo que muchos autores han afirmado que, la desaparición pública de María de Zayas tras la publicación de los Desengaños, se debió a que, realmente, la autora quiso emular a la protagonista de su obra e ingresó en un convento.
Conjeturas al margen, tanto en las Novelas como en los Desengaños, el hilo argumental va a girar entorno al deseo de la autora de defender el buen nombre de las mujeres y de advertir a éstas de lo peligroso de “las armas de engaño masculinas”.
Comparto las opiniones que alaban la veracidad con la que de Zayas trató de contextualizar su obra. Para ello no dudó en situar a los personajes en un marco geográfico concreto y familiar para sus contemporáneos así como en introducir como hilo conductor numerosas costumbres con arraigo en la época o aludir sin cortapisas a personajes o acontecimientos históricos.
La obsesión por la veracidad era común entre los escritores de la época y María de Zayas no les fue a la zaga en este aspecto.
La forma en que la madrileña describe algunos de los estados anímicos por los que atraviesan sus personajes también debe ser digna de elogio. No obstante de Zayas optó por un realismo en cierta medida novedoso ya que tendió a enarbolar lo extraordinario, tanto desde un punto de vista positivo, como extraño o desagradable. Para de Zayas todos los acontecimientos que modificaban estados de animo eran dignos de ser comentados, fuera cual fuera su naturaleza.
Esta es una de las claves que a la postre nos sirven para diferenciar a María de Zayas del resto de los autores que siguieron la línea realista y situarla como precedente más o menos clarividente del posterior movimiento romántico.
Otro quid mora en la tendencia aleccionadora que se desprende de su obra, propensión que se observa de forma más que evidente en los Desengaños.
El motor que mueve el mundo literario de María de Zayas es el amor, en cuya descripción no ahorra detalles. Destaca la forma en que narra los efectos causados por el amor, la resaca que éste deja en los cuerpos abandonados, y por ende, en las mentes perturbadas a su paso. Su secuela, arrolladora de por sí, deja aniquilados (sobre todo a nivel psicológico) a todos los protagonistas de sus novelas y a un nivel superior, a todos los que lo sufren. Por ello no duda en criticar la galantería, una fachada -la del galán- que, a su juicio, siempre busca la consecución del placer inmediato.
Lo ya comentado hasta ahora nos sugiere una pregunta: ¿Es María de Zayas una temprana defensora de las tesis feministas?
Por lo que hemos observado en las ediciones más actuales no hay unanimidad respecto a esta cuestión.
El siglo de oro de las artes españolas coincide con un periodo de crisis política y económica que la literatura también reflejó. Es por ello que no podemos contradecir las palabras de Pérez-Erdelyi cuando afirma que de Zayas “se anticipó a muchos objetivos de las feministas actuales; deseaba despertar la conciencia de la mujer para que viese como era retratada por la literatura”.
Fueron flacos los favores que la literatura del siglo de oro hizo a las intenciones de la madrileña, por lo que lo que resulta extraño que buena parte de sus contemporáneos, así como investigadores posteriores, hayan relegado su contribución literaria a un plano cuanto menos secundario. Sin embargo, utilizar el concepto feminismo para definir las intenciones de María de Zayas me parece cuanto menos arriesgado.
En primer lugar, el feminismo nació como movimiento con conciencia propia en el siglo XX, por lo que a nuestro juicio resulta tendencioso utilizar dicha terminología para definir las actuaciones personales de la madrileña. En segundo lugar hay que señalar que la defensa que de Zayas lleva a cabo en su obra parte de presupuestos, sino conservadores, quizá demasiado ambiguos como para ser considerados como precedente feminista. Su deseo principal fue defender la honra social de las mujeres. María consideraba que los hombres eran los verdaderos causantes de la situación de éstas. Es por ello por lo que les va a acusar de denigrar sistemáticamente a las mismas y de negarles, por ejemplo, los beneficios de la cultura. Los hombres, considera, han afeminando más a las mujeres de lo que la naturaleza las afeminó, dándoles bondades en lugar de armas.
Hasta aquí podríamos decir que la postura de María de Zayas es novedosa. El problema surge cuando aborda el tema de la libertad de la mujer para elegir marido. Es entonces cuando la ambigüedad a la que antes aludíamos se hace indudable. María de Zayas no crítica, por ejemplo, los matrimonios concertados por conveniencia paterna. Era un mal menor frente a lo, a su juicio, verdaderamente terrible: el posterior abandono conyugal por parte del marido. Esta es una postura que a nuestro juicio no acaba de conectar con el resto de sus aportaciones y que no nos permite apostar por de Zayas como precedente del posterior movimiento feminista.
Casualidad probable o justificada, fue que Pilar Oñate no incluyera a María de Zayas cuando abordó el tema del feminismo en la literatura española, algo que no debe hacernos olvidar el mérito que tuvo su obra a la hora de romper con los convencionalismos de la novela breve del XVII, ni la inmensa capacidad de la madrileña para construir, con gran habilidad y un estilo sencillo, grandes relatos en los que el fin del amor, de su fuerza irresistible, auspiciaba al fin de la esperanza, de la esperanza de que el engaño no estuviera detrás de todo lo realmente extraordinario, lo que a la postre se salía de los convencionalismos que nutrieron a la mayor parte de la literatura de nuestro siglo de oro.