martes, 15 de enero de 2008

Elegía


Hitler, en su afán por impresionar a aquel diplomático inglés, mandó llamar a un miembro de su guardia pretoriana. En aquel cuarto piso de la cancillería, el dictador le ordenó tirarse por la ventana en nombre de Alemania. El soldado, sin a penas pensar un instante lo que estaba oyendo, obedeció y el sonido de los cristales del amplio ventanal rompió la calma que afloraba en aquella plomiza mañana de abril.
El diplomático, sorprendido, a penas pudo ponerse en pie y hacer un esfuerzo en vano por evitar tal tragedia. Hitler, impertérrito, siquiera mostró en su faz ni una sola mueca. Tan sólo una sonrisa maquiavélica de satisfacción, como quien se sabe con una mano de cartas difícil de superar. Incómodo, el diplomático no supo que decir. Ni el mejor de los alemanes que manejaba, era capaz de describir lo que acababa de suceder en aquel amplio despacho, repleto de retratos del Fuhrer ejerciendo su especial aura de supremacía. No contento con lo acontecido, el gran salvador de Alemania mandó que un segundo soldado accediera a las instalaciones. Una vez cuadrado ante el Fuhrer, el soldado, que a penas parecía rondar los veinte años, se vio obligado a repetir la orden que dio con el cuerpo de su compañero en la otra vida. Paralizado por lo que de nuevo iba a acontecer, el diplomático inglés, esta vez sí, logró sujetar el brazo del joven y con los ojos apunto de estallar en mil lágrimas le espetó:
-“Pero joven, ¿está seguro de lo que va a hacer? Esto puede suponer el fin de su vida… ¿A caso merece la pena?”
La respuesta del soldado paralizó al diplomático con más fuerza que el sonido de los gritos que provocó esta nueva baja voluntaria entre aquellos que curioseaban lo acontecido.
-“Siempre será mejor obedecer que vivir en una Alemania sin esperanza”

Para todos aquellos que creyeron en el progreso de la civilización humana en un momento en que lo más fácil era pensar que no había esperanza.

Mala prensa


Mala prensa tenía aquel Obispo de Canterbury. Cuentan que, durante una especie de “gira” por Inglaterra, el prelado llegó a un puerto en el que le esperaban multitud de redactores de prensa local, ávidos de información. Nada más pisar tierra, un vocerío ensordecedor acabó con la calma previa. La primera pregunta la lanzó un joven becario, quizás inexperto en las labores periodísticas o, quien sabe, quizás sobradamente preparado. Un escalofrío recorrió la piel del Obispo una vez aquella cuestión cruzó la meta de sus tímpanos.
Señor, qué opina usted de las prostitutas” -preguntó el joven-
El eclesiástico, que a buen seguro tuvo que pensar muy mucho la respuesta, no obstante, reaccionó como se suele esperar en estos casos, con calma tensa y disuasoria.
Las siguientes preguntas fueron menos, digamos, comprometidas. A continuación, el pastor pasó el día recorriendo los lugares por donde transcurría la vida diaria de su rebaño, programando el posible envío de nuevos recursos con las autoridades, consolando a los menos favorecidos…en definitiva, y en opinión de muchos, faltando a la verdadera fe que movía su cargo, ganándose el pan a costa del hambre de los desesperados, moviéndose como caballero católico en territorio anglicano. Había que hacer algo al respecto. Había que poner las cosas en su sitio. Había que impedir que aquel buen hombre, realmente lo pareciera.
Al día siguiente un solo titular llamó la atención a las gentes pudientes del lugar y a aquellos que con maestría, todos los días, lograban engañar al niño que repartía los diarios y conseguían su ejemplar sin abonar las tasas correspondientes.
La mañana anterior, ante la pregunta perpetrada por aquel joven quizás menos inexperto de lo que parecía, el Obispo de Canterbury respondió: “Sí. Creo que por aquí hay bastantes prostitutas”. No se la jugó quizás con una respuesta más extensa pero, efectivamente, salvo el momento con audacia. Sin embargo, el titular que tanto sorprendió a las gentes de aquel frío lugar fue otro…
El obispo de Canterbury pregunta dónde hay prostitutas. Una vez comenzara a recorrer el recinto portuario, uno de nuestros periodistas recogió la duda del prelado. ¿Habrá pasado la noche en buena compañía?”.

Manipulación perpetrada por los medios de comunicación en pleno siglo XIX y basada en un hecho real.
A penas unos meses después, aquel buen hombre fue apartado de su cargo.
Cuántos hombres buenos habrán caído en desgracia a costa del poder de la palabra.

lunes, 14 de enero de 2008

(Des) Amor


Leyendo el excelente artículo de Javier Torá (http://www.ajuste-de-cuentas-blogspot.com/) a propósito de las relaciones de pareja, llegué a una conclusión: la sociedad actual atraviesa una crisis de identidad que bien se refleja en los “affaires” amorosos. En el concierto de Luís Eduardo Aute, celebrado en Elche el pasado sábado 12 de enero, el archiconocido cantautor, que tras 28 discos cantándole al amor/desamor debe ser todo un ducho en la materia, mencionó que no entendía por qué la gente se divorciaba, que no estaba dispuesto a asumir que ello era para volver a casarse de nuevo, para acometer los mismos errores, los pocos aciertos…
Ahora bien, qué es el amor entonces si no una conjunción de errores y aciertos. A veces me pregunto por qué mucha de la gente que me rodea ha modificado su forma de ser una vez han conocido a la supuesta mujer/hombre de su vida. Qué les impulsa, por ejemplo, a desaparecer de la órbita por la que hasta entonces había transitado su existencia, qué les hace dejar de ser lo que fueron, pensar lo que pensaban… sentir lo que sentían…
Uno no conoce los secretos del amor. Tampoco pretende convertirse en una especie de aprendiz de agorero. Sin embargo, cree tener la suficiente experiencia, la suficiente capacidad visionaria para afirmar que este tipo de relaciones nunca acaban bien o, mejor dicho, acaban convirtiéndose en aquello a lo que Aute aludía entre canción y canción. Cuando dos mundos, que antes siquiera convenían en girar por la misma órbita, de repente convergen en uno sólo, haciendo y deshaciendo todo de común acuerdo, se pierde la autonomía personal, la propia capacidad de cada uno de los elementos que componen la relación para prosperar de manera independiente, de reafirmarnos ante nuestra pareja y ante el resto del pequeño abanico de personas que nos rodea…se es, se piensa y se siente de común acuerdo.
El otro día dos "enamorados" me dijeron que yo era de los raros, que parecía mentira que a estas alturas de mi vida no tuviera en mente el irme a vivir con mi pareja, iniciar los pagos hipotecarios e iniciar, de un modo u otro, la fase “adulta” de mi vida…
Sinceramente, me gusta ser así de "raro" y creo que a la única persona que le debería preocupar, también.
No sé si a la pareja a la que me refiero le irán bien las cosas. Quiero pensar que sí. Que así lo quiso el amor y que sólo el amor fue la causa ante tanto encoñamiento. Sin embargo, si por casualidades algo se torciera, se que recordaré aquellas palabras de Aute y pensaré: pronto volveremos a ir de boda.

Posdata. Dedicado a todos aquellos que a día de hoy están iniciando sus respectivas relaciones amorosas, unos con más acierto que otros…”El amor, es eterno mientras dura”.