miércoles, 3 de diciembre de 2008

Miedo (II)

-Padre, ¿podría saber el motivo que ha inspirado su sermón de la mañana? Preguntó como arguyendo posibles respuestas.
-Hijo mío, dudó Antonioni ganando tiempo con que salivar refutaciones…
-Que Dios me perdoné si mi curiosidad está cohibiendo a su merced -arguyó don Pietro- y vos perdonadme también. Prorrumpió apesadumbrado.
-No hijo. No tienes que disculparte. Perdona a este pobre sacerdote. Sus argumentos se cocinan a fuego lento. No has de preocuparte, ni sentir incomodas tus incertidumbres. Sanas son, no me cabe duda…
Castiglione volvió a la situación de calma tensa con la que inició su alegato, a la par que su sonrisa de facciones helénicas, decorada por la techumbre velluda de sus labios, fraccionaba los segundos con mayor equidad y sosiego.
-¿Llevas muchos días sin acudir por Padua, verdad? -sondeó Antonioni-
-Es cierto padre, hará cuatro meses que salí de la villa camino de Venecia y no fue hasta bien entrada el alba cuando mi carruaje volvió a detenerse en mi pequeño almacén del centro, replicó el comerciante.
-Entonces, ¿desconoces los improperios con los que se acusa a los miembros de nuestra Orden? -inquirió Antonioni saboreando la victoria de saber la respuesta de antemano-.
-¿Improperios? !Pardiez!, exclamó Castiglione. ¿Quién puede osar maldecir a los Jesuitas? Es injusto. Además, usted padre…usted es un ser humano fuera de lo común -quiero decir- usted es…una gran persona y mejor eclesiástico. No debe temer tales injurias…
De buen grado, las palabras de Don Prieto tuvieron un efecto inesperado en el padre Antonioni. Su estado de ánimo, antes maltrecho, parecía otro. Aquellas palabras parecían espontáneas, no había necedad en ellas. Don Pietro era sinceridad en potencia. Fue, sin duda, el segundo mejor momento del día.
-No todo está perdido, pensó Antonioni.
No en vano, Don Pietro representaba la esperanza para la comunidad jesuítica. Si él, un hombre de mundo, era capaz de reconocer lo acertado de la labor ignaciana, ¿qué impedía al resto de patavinos a reconocer lo propio? ¿Y a los reyes y políticos de Europa? ¿A caso no era posible llegar a un entendimiento con ellos?
Entre divagaciones, don Pietro se despidió con solemnidad. Estaría un mes fuera de Padua, resolviendo sus negocios en España. Antonioni no desperdició la oportunidad para sondear a don Pietro a cerca de la situación política del reino de Carlos III. Castiglione le contó, que en determinados círculos intelectuales, la presencia de ministros extranjeros estaba comenzando a hacer mella. Los ilustrados patrios no soportaban no ser protagonistas del propio embellecimiento intelectual de su país. El Rey, mientras tanto, abierto a los vientos de cambio que inundaban Europa, y más preocupado por engalanar la villa y corte de Madrid siguiendo los patrones italianos, sólo explotaba cuando le recordaban que su poder jamás sería pleno si no obtenía el derecho a nombrar eclesiásticos en sus fronteras, es decir, si el regalismo no se hacía fuerte de facto. Y, sin embargo, concluyó don Pietro, el Papa no parecía estar por la labor…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Oh, sin duda asistimos al nacimiento de un autor prolífico. Celebro que así sea y te animo a que tu obra continúe siendo tan fecunda y de tan notable calidad como hasta la fecha.

Anónimo dijo...

plas plas plas... hoy no critico, hoy me relleno de orgullo