-Gigi, tranquilízate. Sin duda, nuestro señor sabe perdonar a quien no hace sino arrepentirse de sus malos actos. Pero, dime, qué fue lo que pasó exactamente…
Gigi se esforzó en volver a la calma. Arrastrado por la compasión de su confesor, a penas tuvo que inhalar cuatro bocanadas de aire fresco para llevar a cabo con éxito lo que segundos antes parecía una hazaña, a saber, hablar con la cadencia suficiente como para ser entendido.
-Verá padre, las cosas en casa no marchan tan bien como podría llegar a pensarse.
Gigi volvió a esforzarse en controlar sus impulsos emocionales. Contuvo la respiración y suspiró sin esfuerzo.
-Mi padre lo ha perdido todo, padre. !No nos queda nada!
-¡Explícate!, replicó el cura negro.
-Hará seis meses,un rentista de Venecia, un tal Jean Querenini, llegó a un acuerdo con mi padre. Un acuerdo que, al menos en teoría, iba a convertirnos en una de las familias más poderosas de toda Italia.
-¿En qué consistía tal negoció? Increpó Antonioni.
-Verá, padre. Al parecer el asunto era bastante sencillo. Mi padre cedía la mitad de sus rentas a éste malhechor a cambio de la explotación compartida del negocio de la importación de zamarros castellanos a toda Italia.
Antonioni había oído hablar de aquellas chamarras dando un paseo por la Piazza del Duomo, charlando con unos y otros, conectando -como siempre hacía- con el día a día de sus parroquianos. Los mercaderes tenían en alta estima la capacidad de los zamarros castellanos a la hora de ofrecer pingues beneficios. El vulgo, por su parte, apreciaba el papel que jugaba dicha prenda en la pugna diaria contra el desgarrador y gélido viento de poniente que azotaba Padua buena parte del año. Aquel, sin duda, parecía un negocio redondo. Antonioni entendió entonces la apuesta de Felipo Menzano. Poblar Italia de zamarros castellanos e iniciar, importando la materia propia necesaria, su producción en Padua. Cientos de puestos de trabajo serían ocupados y él, es decir, Felipo Menzano y su familia, agrandarían su estatus patavino para toda la eternidad. Quién sabe, quizá Felipo Menzano, siempre cohibido por sus defectos físicos, podría aspirar al puesto de alcalde de Padua, sueño de confesionario que Antonioni conocía de sobra y que tantas envidias había motivado en aquel hombre de figura rechoncha y repleta de protuberancias.
Gigi continúo con su alegato durante al menos una hora. Al bondadoso Antonioni le supo a eternidad. Al parecer, aquel truhán de Querenini no era sino un malhechor de fama pírrica en toda Venecia. El embustero, jugando con los miedos y esperanzas ocultos en la mentalidad de Felipo Menzano, y con varios documentos falsos que acreditaban sus supuestos contactos en Castilla, había logrado hacerse con la mitad de las posesiones de los Menzano. Entonces, y aprovechando un vacío legal conocido por muchos de estos timadores, Querenini vendió sus nuevas posesiones rentísticas a un tercero situado al margen de lo que fue el origen del negocio: una mentira. Fue entonces, y sólo entonces, cuando Felipo Menzano no pudo acudir a la justicia para denunciar el engaño: el acuerdo de venta, no en vano, le situaba a él como vendedor. Querenini, mientras tanto, ya había desaparecido del mapa.
-Huiría a Castilla, arguyó Giancarlo. Lo cierto es que mi padre, en la obsesión que le persigue, sobrevive malgastando ducados en contratar investigadores que den con aquel que nos ha robado todo. Ya siquiera aparece por casa. Pasa las horas muertas en su despacho. Esperando la llegada de noticias frescas. Y los investigadores, mientras tanto, juegan con él. Le dicen que están cada vez más cerca, que necesitan más dinero para sonsacar a posibles testigos…en fin, ya sabe padre: creando falsas esperanzas comen y duermen en mejores pensiones, y al día siguiente, hacen como que siguen buscando…
-Aún y todo -interrumpió Antonioni- sigo sin entender la naturaleza de tu pecado. ¿No comprendes que si te descubren vas a complicar aún más la situación que atraviesa tu familia?
-Claro que lo comprendo. Y me arrepiento por ello. Pero todo tiene una explicación, aunque pueda parecer sorprendente...
Un lápiz en la mano
Hace 6 años
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