Fernando tardó varios años en ver cumplido su sueño. Las luchas diarias, los desencuentros, fraguaron en él un estado de perenne frustración. Sin embargo, finalmente, logró cautivar a los persas y levantó el telón de aquel sueño: abrió su propio negocio. Café Dream, así quedó bautizado aquel garito que con orgullo pasó a regentar. Aquel era su reino, su isla del tesoro, pero también su cárcel, su arma de destrucción masiva, su agonía. Pasaron los años y, cual Fénix, Fernando resurgió múltiples veces de las cenizas del desencanto. Logró satisfacer el pago a sus acreedores y estabilizar el negocio a través de una clientela siempre fija, siempre ansiosa de concluir su jornada laboral y echarse la penúltima junto a Fernando. El ambiente en aquel garito era excepcional, siempre había mujeres hermosas a las que seguir con la mirada, siempre había fútbol o cualquier otra actividad deportiva, por curiosa que fuera, asomando por las pantallas de elegante plasma y, por supuesto, siempre sonaban canciones; música, redentora del alma, captadora de esencias; música, bendita música.
A Fernando le sonreía la suerte. Tanto que a penas dio importancia a aquella visita vespertina. Un hombre, elegante, escultural, de pelo oscuro y mirada aún más oscura, llegó al local afirmando hablar en nombre de una sociedad que, seamos sinceros, Fernando no conocía, SGAE. Aquel individuo se mostró sorprendido cuando Fernando demostró con la mirada que siquiera conocía cuales eran los objetivos de la asociación a la que representaba. No tardó en hacérselos saber. “Los chupópteros se renuevan”, pensó Fernando. Aquel hombre de traje y alma gris decía hablar en nombre de todos los artistas españoles, de todos los geniales creadores de cajitas de música, creadores de sueños, creadores de vida. “Ellos también tienen derecho a recibir algo a cambio”, continuó, “y usted, señor Fernando, hasta ahora no ha contribuido con la legalidad que representa SGAE”… ¿legalidad?
Poca atención más prestó Fernando a aquel ser que continuó durante varios minutos más desarrollando su incongruente discurso. Sólo una conclusión: Fernando debía abonar un canon a esta asociación si quería continuar pinchando música en el Dream, debía satisfacer estas demandas a costa de no perder clientes, de continuar soñando con mantener vivo su sueño. Estrecho la mano de aquel individuo y le devolvió su pluma…el contrato firmado por Fernando, mientras tanto, ya se encontraba en el maletín del trajeado. Una nueva victoria para Ramoncin.
Pocos meses después, Fernando se vio obligado a cerrar el Dream. Lo que vino después, obviamente, fue una mala racha. Cambio de domicilio, cambio de ciudad y cambio de objetivos…olvidó el pasado, y el pasado no volvió a molestarle… al menos en teoría.
Una mañana llegó a casa una citación judicial. Fernando tardó en salir de su asombro. Entonces, recordó a aquel hombre de traje y mirada gris que mientras fregaba los vasos del Dream le sermoneaba acerca de lo importante que era contribuir con la causa que representaba. La SGAE, efectivamente, aquella asociación de autores y editores, le andaba buscando, le había encontrado y ahora, quería que Fernando hiciera efectivo el pago de las deudas que tenía contraídas y que, tras el cambio de vida, había olvidado. La cantidad, suficiente para dejarle sin nada, para acabar con sus aspiraciones y con su presente…”maldita SGAE”, pensó.
El juicio rápido dictó sentencia aún más rápida. Culpable y a cumplir. Gracias a la SGAE, Fernando perdió su hogar, su único patrimonio, su escudo de caballero. Gracias a aquel hombre gris, de mirada aún más gris, Fernando no volvió a ser el mismo. Sin embargo, lo peor de todo es que siquiera la música pudo consolarle. No en vano, aquellos que la convierten en negocio, aquellos que viven a su costa fueron quienes acabaron con sus sueños.
A Fernando le sonreía la suerte. Tanto que a penas dio importancia a aquella visita vespertina. Un hombre, elegante, escultural, de pelo oscuro y mirada aún más oscura, llegó al local afirmando hablar en nombre de una sociedad que, seamos sinceros, Fernando no conocía, SGAE. Aquel individuo se mostró sorprendido cuando Fernando demostró con la mirada que siquiera conocía cuales eran los objetivos de la asociación a la que representaba. No tardó en hacérselos saber. “Los chupópteros se renuevan”, pensó Fernando. Aquel hombre de traje y alma gris decía hablar en nombre de todos los artistas españoles, de todos los geniales creadores de cajitas de música, creadores de sueños, creadores de vida. “Ellos también tienen derecho a recibir algo a cambio”, continuó, “y usted, señor Fernando, hasta ahora no ha contribuido con la legalidad que representa SGAE”… ¿legalidad?
Poca atención más prestó Fernando a aquel ser que continuó durante varios minutos más desarrollando su incongruente discurso. Sólo una conclusión: Fernando debía abonar un canon a esta asociación si quería continuar pinchando música en el Dream, debía satisfacer estas demandas a costa de no perder clientes, de continuar soñando con mantener vivo su sueño. Estrecho la mano de aquel individuo y le devolvió su pluma…el contrato firmado por Fernando, mientras tanto, ya se encontraba en el maletín del trajeado. Una nueva victoria para Ramoncin.
Pocos meses después, Fernando se vio obligado a cerrar el Dream. Lo que vino después, obviamente, fue una mala racha. Cambio de domicilio, cambio de ciudad y cambio de objetivos…olvidó el pasado, y el pasado no volvió a molestarle… al menos en teoría.
Una mañana llegó a casa una citación judicial. Fernando tardó en salir de su asombro. Entonces, recordó a aquel hombre de traje y mirada gris que mientras fregaba los vasos del Dream le sermoneaba acerca de lo importante que era contribuir con la causa que representaba. La SGAE, efectivamente, aquella asociación de autores y editores, le andaba buscando, le había encontrado y ahora, quería que Fernando hiciera efectivo el pago de las deudas que tenía contraídas y que, tras el cambio de vida, había olvidado. La cantidad, suficiente para dejarle sin nada, para acabar con sus aspiraciones y con su presente…”maldita SGAE”, pensó.
El juicio rápido dictó sentencia aún más rápida. Culpable y a cumplir. Gracias a la SGAE, Fernando perdió su hogar, su único patrimonio, su escudo de caballero. Gracias a aquel hombre gris, de mirada aún más gris, Fernando no volvió a ser el mismo. Sin embargo, lo peor de todo es que siquiera la música pudo consolarle. No en vano, aquellos que la convierten en negocio, aquellos que viven a su costa fueron quienes acabaron con sus sueños.