sábado, 25 de julio de 2009

Miedo (XIX)


Giancarlo no volvió a casa una vez Antonioni cerrara el portón de San Antonio tras los acontecimientos del Palacio Bo. Aprovechando sus conocimientos en el arte del robo a pequeña escala, forzó la entrada lateral de San Antonio y permaneció en silencio, cabeceando, durante buen rato, dentro de uno de los confesionarios. No podía dormir. Estaba demasiado excitado pensando en todo lo ocurrido aquella noche. La ansiedad maltrataba la conciencia de aquel joven que, en apenas dos días, se había visto forzado a convertirse en adulto. Absorto en sus pensamientos, Giancarlo sintió un escalofrío cuando advirtió la presencia de Antonioni que forzaba la apertura del relicario de San Antonio. Intentando no ser descubierto, Giancarlo incrustó sus ojos en la celosía que separaba lo mundano de lo sacro…el pecado del perdón. Antonioni logró su objetivo. Giancarlo, en cambio, no entendía que estaba pasando. Antonioni, arrodillado a los pies del altar mayor no olvidó sus maitines crepusculares. No obstante, y sin previo aviso, el confesor se evaporó abandonando San Antonio con dirección desconocida. Giancarlo no lo dudo un instante, debía advertir a Antonioni de los peligros que acechaban al jesuitismo…debía, debía ser justo con él, hacerle comprender la necesidad de actuar. De repente, abrió el confesionario y a toda velocidad se dirigió a la entrada forzada horas antes. Al atravesar la sacristía, una figura inmóvil sesgó de cuajo sus aspiraciones…
- ¿Tienes miedo Giancarlo?


Del cuaderno de notas del padre Antonioni…
Las primeras investigaciones me llevan a la más absoluta de las derivas. Durante siglos, los monarcas han sido personajes casi sagrados, intocables, gracias a ostentar el cetro y la corona, teniendo en sus manos el destino de todos sus súbditos. No obstante, su afán implacable siempre ha sido ir más allá: ostentar potestad eclesiástica. No obstante, la existencia de una Octava Partida parece más que poco probable. Alfonso X fue un Monarca profundamente católico que destacó por desarrollar un encomiable impulso al derecho. He repasado todos los artículos de las Siete Partidas y nada parece ir más allá de lo moralmente reprobable. No obstante, señalo a continuación el contenido del Título XIII, referido a la figura del monarca y que afirma textualmente: “el pueblo no debe cobdiciar su muerte nin querer la ver en ninguna manera, ca los que fixiessen de llano se mostrarían sus enemigos que es cosa que se deue el pueblo mucho guardar”…Sinceramente, ando perdido. Las Siete Partidas insisten una y otra vez en la necesidad de juzgar implacablemente cualquier intento regicida. A los Jesuitas portugueses y franceses se les ha acusado recientemente de ello…Por otro lado, una Octava Partida acoge secretos alquímicos con los que lograr aquello que se desea, siempre que no se tenga miedo…y un perfumario se supone el centro de atención de una secta recientemente instalada en Padua: ¿Con qué intenciones?
Si la muerte del mundo cae sobre mi vida. Dios me permitirá salvaguardar la de aquellos que deberán combatirla…

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