martes, 20 de enero de 2009

Miedo (XIV)

Aquel chiquilicuatro, que tantas dudas había abierto en el alma del jesuita, observaba la escena acurrucado en lo más alto de la doble escalinata que separaba el piso inferior de las estancias superiores. Su respiración se había acelerado al observar la llegada de Antonioni. ¿Querría inculparle? ¿Quizá protegerle? ¿Salvarle? ¿Y su padre?... ¿Qué sería de él sin su padre…?
-Quiero hablar con Maese Felipo, alcanzó a oír Giancarlo mientras el rostro del jesuita se oscurecía por momentos, como esperando respuestas ilusorias.
-A mi también me gustaría, replicó Ana con aire entre irónico y desgarbado. Lleva todo el día sin aparecer por casa y, sinceramente, no sé por donde empezar a buscar…estoy preocupada.
-Entiendo…continuó el toscano. Sin embargo, el asunto que vengo a despachar con su marido es de gran importancia. Tengo motivos para pensar que su integridad corre peligro.
El rostro de Ana Menzano, segundos atrás iluminado con un peculiar haz de luz que pugnaba por morir enclaustrado en sus pupilas, pareció consumido por hordas preocupaciones. El peso de su cuerpo, atribulado por la culpa, parecía forzar una caída sin remedio. Sin embargo, sacando fuerza de donde parecía no haberla, Ana supo reponer su figura y conservar un atisbo de serenidad no por ello forzada. Sin embargo, una explosión de sentimientos en aquel instante era poco menos que inevitable…
-¡Padre! ¡Ayúdenos, por favor…! ¡Ya no tengo fuerzas para soportar esta carga! ¡No puedo más! ¡No…no sé que hacer!
-No te preocupes Ana, estoy aquí para hacer todo lo que pueda por vosotros. A fin de cuentas…
(...)
-¡Sé donde puede estar mi padre…!
El eco de aquella voz aún resonaba a lo largo y ancho de toda la estancia. Giancarlo Menzano, menos rojizo que de costumbre, bajaba a toda prisa aquella robusta escalinata…
-Ahora sé que podemos confiar en usted. Confesó a Antonioni. ¡Vamos, acompáñeme…!
Ana Menzano se derrumbó entre sollozos. Antonioni, que contemplaba la escena entre aturdido y complacido por la confesión que encerraban aquellos ojos verdes, no dudó en absolver el alma incomprendida de aquella mujer con una simple y enternecedora señal de la cruz…interceder entre Dios y las almas pérdidas… ¿a caso sabía hacer otra cosa?

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