Morir entre amigos o, al menos, pasar con ellos las últimas horas de tu vida. ¡Qué gran logro éste!
Nicolás Maquiavelo (1469-1527), Nicólo, como gustaba ser llamado, vio cumplida esta aspiración y, a pesar de lo que pudiéramos llegar a pensar, fue de las pocas que llegó a alcanzar en vida.
Cuentan que antes de morir, el 21 de julio de 1527, Maquiavelo reunió a sus amigos y les narró un sueño que había tenido la noche anterior y que quedó bautizado por los investigadores como “el sueño de Maquiavelo”. En el, Nicolás tenía que elegir, como tantas veces había hecho , un camino…el camino correcto, el que le inoculara el virus de la felicidad, eso que tanto echó en falta en vida.
Imaginemos la escena onírica que el florentino relata a sus “colegas”. En ella dijo haber visto a una multitud de hombres, mal vestidos, de aspecto peculiarmente andrajoso, que parecían torturados por un gran sufrimiento. Una pregunta le reconcomía: quiénes eran estos hombres, hacía dónde se dirigían…
Maquiavelo, curioso hasta en sueños, recibió una respuesta inmediata: “somos los Santos y Beatos, vamos camino del paraíso”. Curiosa respuesta, ¿verdad?
Al florentino no debieron convencerle ni el aspecto ni la respuesta ofrecida por aquellos seres, así que continuó deambulando por aquella “nada”. A penas unos segundos después, afirmaba, divisó a una nueva multitud que se acercaba. A ellos no tuvo que preguntarles quienes eran puesto que rápidamente logró reconocer a los grandes filósofos e historiadores de la antigüedad, entre ellos a Platón, Plutarco o Tácito. Curiosa marcha esta. Sin embargo, Maquiavelo dudaba que el rumbo seguido por este grupo fuera el mismo que acababan de tomar aquellos “andrajosos". No tardó, por tanto, en preguntarles hacia dónde se dirigían…La respuesta fue realmente inquietante:
“Nos dirigimos al infierno, somos los condenados”.
Más tarde, una vez compuesto el relato, Maquiavelo llegó a afirmar que, de darse el caso, prefería, con mucho, ir al infierno, es decir, convertirse en condenado, para conversar de política con aquellos grandes hombres de la antigüedad. Ello antes que ir al paraíso y rendirse al tedio de ir acompañado de semejante santa compaña.
Simplemente sublime.
Lástima que hombres así, pertenezcan a épocas pasadas. Aunque, bueno, visto de otra forma, quizá sea mejor de este modo.
Y usted, querido lector, qué es lo que elige: caminar con andrajosos y salvar su alma o conversar eternamente con aquellos a los que debemos buena parte de nuestra existencia terrena y gozar de sus enseñanzas…
Nicolás Maquiavelo (1469-1527), Nicólo, como gustaba ser llamado, vio cumplida esta aspiración y, a pesar de lo que pudiéramos llegar a pensar, fue de las pocas que llegó a alcanzar en vida.
Cuentan que antes de morir, el 21 de julio de 1527, Maquiavelo reunió a sus amigos y les narró un sueño que había tenido la noche anterior y que quedó bautizado por los investigadores como “el sueño de Maquiavelo”. En el, Nicolás tenía que elegir, como tantas veces había hecho , un camino…el camino correcto, el que le inoculara el virus de la felicidad, eso que tanto echó en falta en vida.
Imaginemos la escena onírica que el florentino relata a sus “colegas”. En ella dijo haber visto a una multitud de hombres, mal vestidos, de aspecto peculiarmente andrajoso, que parecían torturados por un gran sufrimiento. Una pregunta le reconcomía: quiénes eran estos hombres, hacía dónde se dirigían…
Maquiavelo, curioso hasta en sueños, recibió una respuesta inmediata: “somos los Santos y Beatos, vamos camino del paraíso”. Curiosa respuesta, ¿verdad?
Al florentino no debieron convencerle ni el aspecto ni la respuesta ofrecida por aquellos seres, así que continuó deambulando por aquella “nada”. A penas unos segundos después, afirmaba, divisó a una nueva multitud que se acercaba. A ellos no tuvo que preguntarles quienes eran puesto que rápidamente logró reconocer a los grandes filósofos e historiadores de la antigüedad, entre ellos a Platón, Plutarco o Tácito. Curiosa marcha esta. Sin embargo, Maquiavelo dudaba que el rumbo seguido por este grupo fuera el mismo que acababan de tomar aquellos “andrajosos". No tardó, por tanto, en preguntarles hacia dónde se dirigían…La respuesta fue realmente inquietante:
“Nos dirigimos al infierno, somos los condenados”.
Más tarde, una vez compuesto el relato, Maquiavelo llegó a afirmar que, de darse el caso, prefería, con mucho, ir al infierno, es decir, convertirse en condenado, para conversar de política con aquellos grandes hombres de la antigüedad. Ello antes que ir al paraíso y rendirse al tedio de ir acompañado de semejante santa compaña.
Simplemente sublime.
Lástima que hombres así, pertenezcan a épocas pasadas. Aunque, bueno, visto de otra forma, quizá sea mejor de este modo.
Y usted, querido lector, qué es lo que elige: caminar con andrajosos y salvar su alma o conversar eternamente con aquellos a los que debemos buena parte de nuestra existencia terrena y gozar de sus enseñanzas…