Aquel instante pasó a los anales de lo imperfecto. Felipo, con el ánimo enjaulado e indomable, sostenía la mirada penetrante con que amenazaba la atención de su primogénito. Mientras tanto, el padre Antonioni, desapareciendo misteriosamente de la faz de la tierra, recordaba aquella oración de infancia que su matrona entonaba noche tras noche, cuando ni hierbas ni milagros, lograban captar la atención de Morfeo…
-Padua no puede permitir más ofensas, Antonioni, afirmó Felipo. Las cosas cambiarán sí o sí, y usted no puede hacer nada para impedirlo…
-Felipo…se contuvo Antonioni. Recapacita, hijo mío. Sabes de sobra que esto es una auténtica locura. La fe…
-¿Fe? ¿Se atreve a hablarme usted de fe? ¡A qué fe se refiere! ¡A la impuesta desde el púlpito! ¡A la maldita fe que nos ha cegado durante siglos! ¡A la fe de la Inquisición! ¿Cuál es esa fe? ¡Digame, padre! ¡Continúe exculpando a los que consideran la fe como el único medio de salvación! ¡Continúe!...
- No, Felipo.
- ¡Hágalo! Porfirio Felipo con la mandíbula desencajada.
- No…No creo que merezcas siquiera el honor de volver a la senda correcta…
- ¿Correcta? ¡Por favor, no me haga reír!...
- Lejos de mi objetivo, ironizó el toscano…
- Muy bien, esbozó Felipo con rostro hierático, le invito a marchar Antonioni. Giancarlo, ven aquí ahora mismo…
Giancarlo había escuchado en silencio, petrificado, inmerso en un extraño mar de sensaciones de difícil descripción. No reconocía a su padre, no cabe duda, y sin embargo, aún había en él algo del de antaño. Su aspecto infantil y rechoncho, sus facciones apenas marcadas, su ceño iracundo…su mirada, aún cargada de ira, encerraba algo más de lo que Giancarlo podía alcanzar a comprender y a explicar. Qué podía hacer alguien como él en un momento como ese. Llorar, quizá… ¿Hubiera servido de algo?, ¿Y gritar? ¿Por qué no? Gritar tan fuerte como su voz le permitiera, desgarrar el vilo de sus cuerdas vocales, derrumbar el castillo de naipes de su pecho… ¿Y callar? ¿Alguna vez le sirvió de algo?...
-Mi buen señor…
-Giancarlo, no te lo repetiré tres veces…
-Se qué os preocupa, que habéis perdido algo que os es de suma importancia…
-¡Giancarlo! Se sorprendió Antonioni…
-No padre, déjeme acabar....Algo, continúo Gigi...algo sin lo que vuestra vida deja de tener sentido. Algo que puede satisfacer todos vuestros…
-¡Deseos! Interrumpió Felipo denotando un nerviosismo difícil de ocultar al resto de presentes…
-¿Os sigue interesando recuperar dicha capacidad?
De repente, y como sumido en un profundo hechizo, Felipo Menzano pareció sentirse en manos de su propio hijo. Sintió que, en aquel instante único, hubiera hecho cualquier cosa por él, por hacerle feliz; se vio compartiendo a su lado todos los momentos importantes de la vida…Se vio recuperando aquel perfumario…acabando con la existencia de Querenini…aquel poder, aquel enigma…
-¡Tú! ¡Maldito ladrón! ¿Cómo osas llamarte hijo mío?
-Ya no, Felipo…Ya no.
-¡Te mataré! ¡Pongo por testigo a todos los presentes! ¡Devuélveme lo que es mío…si no…!
-¡Felipo! Estalló Antonioni…
-¿Cómo osa?
-¡Yo tengo aquel perfumario! ¡Entiendes! ¡La Santa Iglesia Católica se ha visto obligada a requisarlo! ¡Y bien harás de no jugar con fuego…! Los Jesuitas conocemos muy bien como funcionan los mecanismos inquisitoriales…
-¡Yo…! Aquellas palabras paralizaron a Felipo…
-Tú nos dejarás marchar, darás por finalizada esta desfachatez y te centrarás en el cuidado de tu familia…de lo contrario…
Al abandonar el Palacio Bo, el rocío caló hasta los huesos a Giancarlo. Antonioni, siempre atento a las circunstancias, abrazó con fuerza a su pupilo…Juntos trazaron el camino de regreso. Los primeros y madrugadores gallos patavinos entrenaban cacareos…poco podrían esperar ambos que el día siguiente marcaría a fuego el sino de sus vidas…
Un lápiz en la mano
Hace 6 años