No en vano la España dieciochesca continuaba evolucionando al margen de los progresos científicos y técnicos acaecidos en Europa, algo que no escapó a la pluma ácida de Morvilliers ni a la mayor parte de las inteligencias europeas coetáneas.
La respuesta desde España no se hizo esperar y tuvo como objetivo prioritario el lograr que estas afirmaciones cayeran en saco roto y no debilitaran los ánimos. En un contexto como el del setecientos, no cabe duda de que estas acusaciones debieron ser dolorosas, especialmente para nuestros reformistas que, por un lado, eran conscientes de la innegable decadencia patria y, por el otro, veían como desde Europa parecían vanos los esfuerzos que, desde finales del siglo anterior, se estaban llevando a cabo para reformar el país.
La defensa del patrimonio cultural patrio nació de la necesidad de que este fuera posible, fomentándolo. No hay que dudar, como en su momento hiciera Ortega y Gasset[2], de las aportaciones culturales de tantos reformistas e intelectuales que, con el objetivo de elevar el nivel cultural en nuestras fronteras, hicieron causa común en vistas a alcanzar la modernidad.
A lo largo de los siguientes capítulos, procuraremos establecer cómo se llevó a cabo dicho proceso. Procedamos entonces...
[1] Fue Manuel Martí, deán de Alicante, quien acuñó esta frase en la que asumía que España continuaba moviéndose “entre profundas tinieblas”.
[2] Ortega y Gasset llegó a afirmar que el problema de la España que él vivió residía en la carencia de una centuria preceptora anterior.
[1] Fue Manuel Martí, deán de Alicante, quien acuñó esta frase en la que asumía que España continuaba moviéndose “entre profundas tinieblas”.
[2] Ortega y Gasset llegó a afirmar que el problema de la España que él vivió residía en la carencia de una centuria preceptora anterior.