Berlín, abril de 1945. La capital del Tercer Reich ya no teme los bombardeos terrestres, los sufre. En los sótanos del antiguo Reichtag, un macro complejo de seguridad hace las veces de gobierno central. Su estructura, laberíntica pero curiosamente organizada, parece rememorarnos a los tiempos de las polis griegas, cuando nada era, a pesar de todo, democrático. Los funcionarios y las secretarias corren de un lado para otro, atendiendo visitas y organizando la agenda del Fuhrer. Era un secreto a voces. El sueño alemán -la locura alemana-, mejor dicho, se desvanecía y sólo quedaba Hitler, aquel hombre que aún simbolizaba el poder omnímodo de una sociedad engañada.
La película El hundimiento, describe a la perfección cual fue el día a día del dictador durante su estancia en el bunker berlinés. Sin embargo, la investigación histórica nunca dejará de sorprenderme y, por tanto, causarme esa chispa interior que me anima a seguir adelante en mi profesión. Según publica el diario alemán Der Spiegel, se ha descubierto que, en su soledad esquizoide, Hitler también tuvo tiempo para coleccionar música, concretamente unos cien vinilos que el capitán ruso Lew Besymenski, miembro de la unidad de inteligencia, se encargó de secuestrar una vez las “hordas rojas”, penetraron en el fuerte germánico. Al parecer, la hija del susodicho militar, descubrió la colección en 1991 y, conocedora de los que debían ser los hipotéticos gustos musicales del Fuhrer, su sorpresa fue más que rotunda. Hoy el mundo puede sorprenderse con ella. Junto a piezas de sus autores favoritos: Wagner y Beethoveen, la “discoteca” de Hitler contaba con vinilos de autores rusos como Tchaikosvsky o Alexander Borodin y, lo que más sorprende, un tema compuesto por un violinista judío, Huberman, que de hecho debió abandonar Europa tras la invasión nazi de los primeros años de Guerra. El secreto se ha mantenido oculto durante sesenta y siete años y, pensando en las locuras pregonadas por Hitler, no era para menos. El feroz racismo nazi debía mantenerse siempre en boga y no era de recibo que el “máximo pontífice” del NASDAP, escuchara música compuesta precisamente por los que habían sido los principales culpables, a su juicio, del declinar alemán tras la Primera Guerra Mundial.
Contradicción histórica, sin duda. Hitler, como también supo reflejar muy bien la película alemana, como sorprende que Mar Adentro le robara el Oscar, era humano. Es cierto, representaba todo lo peor del ser humano…pero no por ello dejaba de serlo. Yo no creo que, al escuchar sus vinilos, Hitler hiciera cribas superficiales. Simplemente, se dejaba llevar por el sonido, por la cadencia…Se dejaba arrastrar por los sentidos.
Sin embargo, mientras el Fuhrer escuchaba su canción, Huberman -como tantos judíos- huía aterrado al comprobar la locura de un hombre que aún hoy sigue dando que hablar.
Y es que, los grandes personajes de la historia universal, también fueron humanos.